La abundancia de riquezas naturales del Magdalena Medio contrasta con la violencia y las pésimas condiciones de vida de la inmensa mayoría de sus habitantes. La región necesita convertirse en un departamento en el que se impulse una reforma rural integral que garantice el abastecimiento alimentario, se oriente la industria petroquímica hacia el desarrollo sostenible (produciendo abonos mixtos, artículos para la población) y se implante un nuevo modelo regional de servicio de salud con la creación de la Facultad de Medicina y la oferta de atención especializada en los municipios.
Adentrarse por el territorio del Magdalena Medio es un goce para los sentidos y un golpe a la conciencia de cualquier ser humano. En estos días he vuelto a recorrer varios de los municipios donde desde hace muchos años acompaño las luchas del campesinado y de la población urbana para lograr unas condiciones de vida digna. Pude volver a sentir la inmensidad de los ríos Magdalena, Cimitarra y Sogamoso; quedé hipnotizado frente a sus atardeceres dorados, exuberantes de naturaleza; disfruté del pescado y del sancocho, preparado deliciosamente, como se ha hecho siempre en Barrancabermeja, San Pablo y Yondó...
Pero, especialmente, en estos días he reaprendido del coraje que las mujeres y hombres del Magdalena Medio han demostrado frente a la adversidad: décadas de injusticia, violencia y abandono del Estado no les han silenciado. Propongo convertirme en su altavoz en el Senado para hacer realidad las transformaciones radicales que urgen en la región. He recogido las exigencias de las víctimas para modificar la ley de tal forma que de una vez por todas cobren las indemnizaciones, reparaciones y restituciones a las que tienen derecho (muchas han muerto sin haber percibido ni un solo peso), he escuchado las reivindicaciones de los jóvenes para no tener que abandonar sus pueblos en busca de empleo o de oportunidades de educación superior y he tomado nota de las reclamaciones de campesinos y campesinas para poder acceder a tierras, que se las titulen y que el Estado les garantice que no van a sufrir nuevos desplazamientos forzados. Además, he comprobado como las capitales departamentales tienen olvidados a los municipios que conforman la región, cuya realidad cultural y económica no tienen nada que ver con la de las grandes urbes; es necesario un reordenamiento territorial no para dividir el país sino para unir más a regiones como el Magdalena Medio, con el objetivo de que se constituyan en departamentos con representación propia en las instituciones nacionales.
El Magdalena Medio dispone de abundantes fuentes de agua, suelos fértiles y gran diversidad de minerales (oro, petróleo), pero no cuenta con acueductos, se contaminan los ríos y gran parte de la población pasa hambre, hacinada en barrios de viviendas precarias y sin los más elementales servicios. Casi el 45% de los hogares sufre pobreza multidimensional, es decir, múltiples carencias en áreas como salud, educación, empleo o vivienda.
La existencia de estas riquezas naturales ha provocado la disputa entre los distintos grupos armados y el Estado por el control territorial. Los índices de violencia se dispararon a finales del siglo pasado y comienzos de este, convirtiendo a Barrancabermeja en el año 2000 en una de las ciudades más violentas del mundo: hubo 567 asesinatos y una tasa de criminalidad de 227 muertes por cada 100.000 habitantes.
A partir de entonces, la hegemonía absoluta de un solo actor armado en los principales cascos urbanos de la región -los paramilitares en connivencia con la Fuerza Pública- redujo los enfrentamientos y, consecuentemente, el número de homicidios. Pero la aparente paz sólo fue un espejismo. La realidad fue la imposición de un férreo control de la población en el que los paramilitares dictaron las normas de convivencia (horarios, formas de vestir, intervención en conflictos.), obligaron a desplazarse a miles de familias, cometieron asesinatos selectivos para eliminar cualquier forma de resistencia, extorsionaron a los comerciantes y manejaron los ingresos de la economía legal e ilegal (tráfico de estupefacientes, robo de petróleo, minería, recursos públicos).
Actualmente, el Magdalena Medio vuelve a ser escenario de enfrentamientos entre distintos grupos armados: ELN, Autodefensas Gaitanistas de Colombia y disidencias de las FARC. Las disputas entre estos grupos y su alianzas coyunturales están provocando un nuevo incremento de la violencia. No existen estadísticas consolidadas de todo el Magdalena Medio, pero la Secretaría de Seguridad y Justicia de Antioquía cifra en 53 los asesinatos cometidos en la parte de la región que corresponde a su departamento. CREDHOS documentó 27 crímenes en Barrancabermeja hasta octubre pasado a los que hay que añadir 9 muertos en diciembre (3 en Barrancabermeja, 5 en San Pablo y 1 en Puerto Wilches). Además, hubo desplazamientos masivos como el de 400 familias del sur de Bolívar en agosto.
Frente a esta situación, el Gobierno sólo vuelve a aportar la solución de la guerra. En lugar de ofrecer alternativas a los jóvenes que se ven obligados a incorporarse a los grupos armados ante la falta de futuro, en vez de proteger a los pequeños comerciantes extorsionados o depurar a los funcionarios públicos que hacen la vista gorda ante las bandas delincuenciales, se dedica a aumentar el pie de fuerza. Pero ese incremento de policías y soldados no sirve para disminuir la violencia que sufre la población porque la inmensa mayoría de las veces la Fuerza Pública no se enfrenta a los grupos armados, sino que se emplea en reprimir a los desplazados que ocupan predios y a quienes ejercen su derecho a la legítima protesta social.
La región necesita, como el resto del país, una reforma rural integral y políticas de apoyo a las víctimas del conflicto, a la juventud y de protección de la naturaleza. Pero también requiere atención a sus peculiaridades. Hay que promover el desarrollo rural con especial énfasis en garantizar el abastecimiento alimentario propio: actualmente, el 90% de los alimentos que se consumen en Barrancabermeja proceden de fuera del Magdalena Medio. Paralelamente, la industria petroquímica ha de contribuir decisivamente en el desarrollo sostenible de la región; se debe elaborar abono mixto con derivados del petróleo y productos naturales, y hay que emplear la riqueza petrolífera para producir en la región otros artículos (como elementos de aseo personal o pinturas) que beneficien directamente a la población. Además, hay un gravísimo déficit en servicios de salud, como lo demuestra el hecho de que una tercera parte de las personas que diariamente viajan de Barrancabermeja a Bucaramanga lo hagan para recibir asistencia sanitaria especializada (tratamientos oncológicos, gastritis, etc.) que no se presta en la región. Se debe crear una Facultad de Medicina que forme a médicos en hospitales universitarios de la región y que promueva la elaboración y puesta en práctica de planes de salud comunitarios.
Tenemos que convertir esta tierra de paradojas y extremos en una región de prosperidad, equitativa e incluyente, en paz, con justicia, con más participación e instrumentos políticos para el cambio.
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